En
1931, día de su muerte, ya
era un genio admirado por muchos gracias a su inventiva y su constancia.
Probó que los inventos nacían más del
trabajo que de la inspiración,
pero como humano envidió a
otro genio: Nicola Tesla.
Le dio una utilidad práctica a la luz,
el fonógrafo, el cine, el teléfono
y a una gran variedad de utensilios.
Pero
todo eso lo alcanzó con
mucho estudio, disciplina, tenacidad y aprendiendo de los errores.
Me
gusta evocar una escena en la que él observaba un incendio que destruía sus fábricas en 1914.
En
lugar de deprimirse exclamó: “Bueno, no es tan grave. Así nos deshacemos de un montón de basura vieja.
Tengo 67 años y no soy tan
viejo para un nuevo comienzo”.
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